EL
AUGURIO
En cierta ocasión,
después de dar una plática en el salón privado de un restaurante, donde nos
invitó a todos a comer, Carlos me pidió que lo acompañara a otro sitio. Minutos
más tarde, ambos partimos, dejando a los demás invitados en una animada charla.
En nuestro camino
tuvimos que atravesar una gran avenida. Adelantándome al tráfico de los autos,
yo corrí hacia una isleta triangular en medio de la vía, creyendo que Carlos me
seguiría. Pero cuando llegué ahí, me percaté de que él se había quedado esperando
del otro lado. Entonces ocurrió algo imprevisto: una magnífica racha de viento
se abalanzó por la avenida, tan fuerte, que tuve que agarrarme de un poste
metálico que servía como señal para los automovilistas. Antes de que pudiese
protegerme, una nube de polvo se introdujo en mis ojos y garganta, haciéndome
toser y dejándome momentáneamente ciego.
Cuando me recuperé, Carlos estaba a mi
lado, mirándome con el rostro radiante de alegría. Palmeó mi espalda e hizo un
comentario muy extraño:
“¡Ya sé qué hacer contigo!”
Le miré interrogativamente, y me explicó:
“Ese era el mismo viento, anda detrás de ti.”
Sus palabras me hicieron recordar el momento en que lo conocí, cuando
una turbonada otoñal nos había obligado a cerrar precipitadamente las ventanas
de la sala donde le esperábamos un grupo de amigos.
“En aquella ocasión tú lo viste como un viento fuerte, pero yo supe que
era el espíritu dando vueltas sobre tu cabeza. Fue una señal, y ahora sé con
qué propósito te señaló.”
Le pedí que me explicase su enigmática
afirmación, pero su respuesta fue más oscura todavía:
“Soy heredero de cierta información. Es un aspecto de la enseñanza
que me atañe tan profundamente, que yo mismo no puedo explicarlo a los demás.
Debe ser dicho a través de un mensajero. Hace un rato, mientras observaba cómo
el espíritu te zarandeaba al borde de la avenida, supe que ese mensajero eres
tú.”
Insistí por que me revelase algo más, pero él me dijo que ese no
era ni el momento ni el lugar adecuado.
...
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